Un llamado a contender por la fe
El libro de Judas comienza con una hermosa descripción triple del pasado, presente y futuro de cada creyente en Jesucristo:
"A los llamados, amados en Dios Padre, y guardados para Jesucristo" (Judas 1, NVI)
EL LLAMADO
Desde antes de los tiempos, todos hemos sido llamados por Dios. En este momento actual, todos somos queridos y amados en Dios Padre. Finalmente, nuestro futuro está asegurado porque Dios nos guarda fielmente para Jesucristo. ¡Qué promesa! ¡Qué buena noticia! Y, sin embargo, Judas escribe a la iglesia con un mensaje urgente para que luchen por este mismo llamado.
LA LUCHA
Judas declara que la intención de su carta es ser un llamado, una convocatoria para “luchar por la fe” (Judas 3, NVI), al encomendar: “conservaos en el amor de Dios” (Judas 21, NVI). Este llamado, esta identidad y esta esperanza es algo por lo que debemos luchar. El griego indica que se trata de una fe por la que “luchar ardientemente”[1]. Como motivación y advertencia, Judas recuerda a la iglesia ejemplos claros de personas que han perdido la lucha y han abandonado la fe (Judas 5-16). Pero termina con un recordatorio de que no luchamos solos, ni nuestra lucha es sin esperanza.
LA ESPERANZA
De hecho, termina su carta con un conocido y glorioso recordatorio de cómo Dios es quien supervisa la obra, garantiza su resultado y merece cada pizca de gloria:
"Al único y poderoso Dios, nuestro Salvador, que es poderoso para guardaros sin caída y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, sea gloria y majestad, imperio y autoridad, ahora y por todos los siglos. Amén" (Judas 24-25, RVR1960)
Observemos cómo Judas, una vez más, pinta un cuadro tridimensional del pasado, el presente y el futuro de nuestra porción en el Señor. Esta “gloria, majestad, dominio y autoridad” siempre han sido de Cristo, son suyas ahora y siempre serán suyas.
Deje que el llamado de Judas llegue a su corazón hoy. Luego, diríjase a su hogar y recuerde a cada miembro que luche por esta gloriosa esperanza que tenemos en Cristo. Y, amados, ¡no se rindan!
Joel Howard
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